Hoy decidí sentarme a meditar en las raíces de un árbol en las áreas verdes de Ciudad Universitaria, mientras todos corrían a sus trabajos, llenos de estrés, decidí aprovechar mi exceso de puntualidad y sentarme a meditar durante la hora que me quedaba antes del examen.
Cerré los ojos, me abrumaban pensamientos sobre aquella y sobre aquel cierre de ciclo "¿Qué pasará después? ¿Será que no he seguido adelante por miedo a no poder volver a hundirme en su cabello? ¿Algún día encontraré lo que ella prometía? ¿Algún día me permitiré tenerlo?".
El sonido de los coches me impedía concentrarme, así que decidí enfocarme en mi respiración y mis propias sensaciones, me concentré en Pink Floyd, después de un rato logré transformar todo pensamiento en color blanco, en estar solo ahí, en medio de la nada, la mente en blanco, mis pulmones llenos de vida, exhalando dolor.
Cuando todo dejó de ser tiempo y comenzó a ser simplemente todo, noté que ya no necesitaba respirar, noté que todo mi cuerpo era una luz muy intensa, estaba en medio del éter, brillando, explotando una y otra vez; jugando con rocas de colores y vida, haciendo equilibrio. A mi alrededor, habían millones de seres de luz jugando, bailando y creando vida, colisionando, lanzando piedras de fuego y al final desapareciendo.
El éxtasis que sentí al ser esa estrella y explotar una y otra vez es algo completamente inenarrable, fuera del alcance de las palabras, lejos de cualquier concepto, libre de cualquier límite, lleno de todos y cada uno de los sentires de todos los seres que existen en este infinito lugar. También sentí el sufrimiento de todos ellos.
Sentí al antílope huyendo a toda velocidad de su depredador, desesperado, a punto de morir, el dolor en el corazón de todas las familias en el Medio Oriente y el frío en el polo sur, la aurora boreal en el eje de cada planeta y el calor de el sol en su máximo apogeo, después miré a mis iguales desde muy lejos, desde el todo, miré a todas y cada una de ellas, con la vida que conllevan en su órbita, los miré por siempre.
Cuando por fin logré conocer a la última de esas estrellas, me encontré conmigo mismo, brillando, explorando y con la misma certeza confusa de que ese encuentro significaba el final del camino, nos fundimos en un eterno abrazo de muerte para después estallar en otros millones de soles.
Cuando pude entender la eternidad del universo, desperté, con la certeza de que ningún texto que pueda escribir se podrá acercar a explicar toda esa eternidad. Sólo les puedo decir que a pesar de todo, ahora tengo la certeza de que el amor sí es lo único que existe.
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