miércoles, 24 de abril de 2013

Hielo

Caminaba por una interminable tormenta de hielo, deslizándome torpemente sobre el piso congelado, esperando no hundirme de nuevo en la incertidumbre, incertidumbre fría que mi cuerpo terrenal no es capaz de aguantar, pero mi alma sí. Caminé por meses enteros, viendo cómo la Luna me acompañaba por semanas, seguida por el Sol, sonriente, pero no calentaba jamás.

Ya me había acostumbrado a no ver nada, sobrevivía con mis otros sentidos, sobre todo con mi tercer ojo, cuando de repente te miré ahí, bailando sobre el hielo, con una gracia que cualquier felino admiraría, tu cabello se movía con la fluidez de la planta acuática más hermosa antes mencionada. Me acerqué como pude, tropezando, corriendo, volando y hasta nadando para poder tener por lo menos un rayo de esa perfección en mi mirar.

Seguías bailando, dando vueltas y desplazándote con la facilidad con la que un águila emprende el vuelo, me senté a mirarte, te miré por horas, horas que nunca terminaron de pasar, tiempo que jamás existió; te miré eternamente. Después comenzaste a cantar, calentando todos y cada uno de mis universos, regresándolos a la vida, invocando la aurora boreal, que danzaba a tu ritmo, que venía a admirar tu eterna belleza.

Después de varios meses, días, nunca supe cuánto tiempo pasé mirándote, pudieron ser años o pudo ser un microsegundo, pudo ser toda una vida. Después de todo ese tiempo, decidí acercarme. Al ponerme de pie, descubrí que podía caminar con la facilidad de una temperatura habitable y caminé hacia ti, al darte la vuelta, mareándome con tu perfecto cuerpo, rozando mi rostro con tu suave cabello e hipnotizándome con el brillo de tus ojos, brillo que cualquier estrella podría envidiar, sonreíste.

Una sonrisa que nunca pude ni podré olvidar, vi la vida en el entorno más frío y me sumergí en la aurora boreal que provocabas, transformándome en una parte de ti. Transformándome en hielo, siendo calor y energía. Estuve vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario